El cerebro by Carrados_ Clark

El cerebro by Carrados_ Clark

autor:Carrados_ Clark
La lengua: spa
Format: mobi
Tags: Ciencia-Ficción
editor: papyrefb2tdk6czd.onion
publicado: 1954-06-01T21:00:00+00:00


VI

Brian abrió los ojos y los volvió a cerrar. No sabía si estaba despierto o dormía. aún. No sabía dónde se hallaba, y pensó que había sido un simple sueño el hecho de que varios hombres entraran en su habitación y, en lugar de llevarlo a su lecho, salieran con él, llevándolo fuera de la ciudad. Todo aquello lo recordaba como si le hubiera ocurrido con su cuerpo en descanso, forzado a lo que pudo deducir, mas con la mente activa por completo. Igualmente recordaba haberse visto, junto con los hombres que lo llevaban, frente a una astronave como la que había sido destruida por la bomba MGV de Zimmo y sus amigos e incluso acudieron a su memoria sus vanos intentos por resistirse, cosa que había motivado mas de una sonrisa irónica de sus captores. Después ya nada mas: el olvido absoluto y una bienhechora sensación de reposo y olvido. Pero de repente, en las nieblas cada vez más claras de su inconsciencia, una palabra apareció como escrita con ígneos trazos. ¿Sus captores?

De hallarse en estado normal, Brian se hubiera sentado bruscamente en la cama, pero el cuerpo no le obedeció tan rápidamente como él hubiera querido a los dictados de su mente y lo hizo con una sensación de penosa impotencia que por un momento, junto con el violentísimo dolor de cabeza que le asalto, le desalentó en grado sumo. Cogióse la cara entre las manos y, aspirando hondamente, procuró hacer desaparecer aquel molesto dolor que le pareció resultas de la droga que le habían administrado para narcotizarle. Pero, ¿qué droga? Sí no había tomado nada, no había bebido, no había comido... Y, sobre todo, ¿dónde se hallaba en aquel momento?

Alguien se encargó de darle la respuesta. Alguien que se le presentó súbitamente, materializándose junto a su lecho, y si Brian no estuviera al tanto de la peculiar estructura molecular del metal, hubiera jurado que había surgido de la nada. Pero, haciendo caso a la promesa que se formulara en una ocasión, no se asombró de la hermosísima mujer que, vestida con traje sideral, excepto con la esferilla de la escafandra, estaba a su lado con un pequeño recipiente en la mano.

—¡Toma! —le dijo, y a Brian le pareció que la voz de la desconocida sonaba como arpegios musicales—: Esto te quitara en un segundo el dolor de cabeza.

En tanto bebía la extraña pócima, de un maravilloso tono verde, contempló a su sabor a la mujer y pensó para sus adentros que aquellos planetas podrían ser todo lo extraños que quisieran, pero que en cuestión de mujeres, por lo menos juzgando por los dos ejemplares que ya había visto no tenían nada que envidiar, sino superar a las de la Tierra. El perfecto óvalo de la cara de la desconocida, sus grandes ojos, cuyas pupilas eran de idéntico tono alba de la bebida que estaba tomando, el brillante cabello que parecía una llama viva, todo ello unido a la esbeltez de líneas que se adivinaba a través de



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